Así como en Lota, cuna del carbón, hay tours para que la
gente conozca cómo era la dura vida del minero y en Sewell, de El Teniente, hay
paseos para ver cómo vivían los hombres que sacaban el cobre a 2.000 metros de
altura, ahora en la zona de Cáhuil, a 15 kilómetros al sur de Pichilemu, hay un
tour que muestra un mundo tan duro, chileno y desconocido como los anteriores.
Gracias a un proyecto ejecutado por la Universidad Central y
financiado por el Gobierno Regional de O´Higgins; En medio del agua, el turista
podrá aprender un oficio que tiene 500 años, trabajando un día como salinero,
siendo minero, pero de sal.
El tour, que parte en Pichilemu, llega a Cáhuil, pueblo
costero donde desemboca el estero Nilahue, y siguiendo el cauce, sube unos 18
kilómetros, recorriendo, los pueblos de Barrancas, La Villa y El Bronce.
Cada año, en invierno, el mar sube por el estero y lleva la
sal aguas arriba, donde se apoza y decanta. Para recogerla, los lugareños
forman cuarteles, especies de piscinas rectangulares, que son anegadas por el
mar.
Alrededor de octubre, con el sol, el agua se evapora y baja,
lo que deja una mezcla de barro y sal. Extraerla, es el trabajo del salinero para
lo cual aplica técnicas heredadas de sus abuelos.
Agustín Moraga, salinero de Barrancas, explica el proceso.
“Sacamos el agua a
mano y, la que queda, con motobombas, que es la única tecnología moderna que
aplicamos en el proceso. Luego, despejamos el barro, lo pisoneamos y esperamos
a que lo seque el sol.
De ahí, le echamos agua, la pasamos, con ramas, de un
cuartel a otro, suavemente, para que la tierra decante. Al final queda una costra
de sal de 10 centímetros, la que sacamos con carretillas y ensacamos”.
Esa experiencia es la
que vive el turista, guiado por un salinero de la zona y que hoy es parte de
los paquetes que ofrece la empresa “Turismo Pichilemu”.
“Ellos van a hacer exactamente el mismo trabajo de
producción de la sal de los lugareños, desde la extracción hasta el ensacado.
Luego, se pueden llevar la que trabajaron”, comenta Eduardo González, dueño de
la agencia.
Mariah Lee Hibarger, guía de rafting estadounidense, quien baja
en balsas por el río Colorado en el Gran Cañón, hace una semana hizo la ruta de
la sal.
“Me parece muy
interesante, porque una se involucra con la cultura del lugar, es una forma de
conocer y vivir la realidad de los lugareños”, cuenta.
“Salinero por un día”
es solo uno de los productos turísticos que se crearon gracias a la iniciativa realizada
por la Universidad Central, financiada por el Gobierno Regional de O´Higgins y
su Consejo Regional enmarcado en su Estrategia Regional de Innovación a través
del Fondo de Innovación para la Competitividad, con el apoyo de Sernatur y las
municipalidades de Paredones y Pichilemu.
“Lo que buscamos es dar
a conocer las Salinas y el entorno turístico que las rodea, con servicios y
productos del lugar: alojamientos, restaurantes, tour operadores y artesanos”,
explica Natalia Toledano, coordinadora del proyecto.
La historia de las Salinas partió hace más de 500 años, en
la época precolombina, cuando los habitantes de la zona, extraían el producto
con técnicas ancestrales, pero no fue sino hasta 1.700 cuando la actividad
adquirió el carácter de proto industria (modelo productivo medieval), en base a
las prácticas con que hoy se trabaja en el lugar.
La señora Elena Parraguez, siempre ha vivido en la zona, es
la encargada de hacer el relato histórico.
“Hoy el trabajo se hace igual que hace 300 años. Se usaba la
pala de palo, los cuarteles, el desbarre, todo era igual. Hace 70 años, la sal
era transportada a Valparaíso a lomo de animal, con una tardanza de 15 días de
ida y quince días de vuelta. Los hombres que la iban a vender estaban un mes
fuera de la casa”, recuerda.
Actualmente, son unas 20 personas las que se dedican a la
actividad, quienes han recibido el oficio como herencia de sus padres y
abuelos.
Se trata de hombres de más de 50 años, un 62% de los cuales
solo tiene enseñanza básica, y que encuentran en las Salinas una forma de
ganarse la vida. Son ellos quienes, en 2013, fueron declarados Tesoros Humanos
Vivos por la Unesco, por su aporte al patrimonio cultural inmaterial de Chile y
al carácter único de su oficio, que sostiene la identidad del lugar.
Ese mismo año, el Instituto Nacional de Propiedad
Intelectual (Inapi), le dio a la sal de Cáhuil la Denominación de origen,
debido a que es un producto que sólo puede ser elaborado en ese lugar, debido a
condiciones geográficas y prácticas productivas únicas. De hecho, la sal de Cáhuil
es la única en Chile que se extrae del mar, a diferencia de la del norte, que
se saca de los salares del Altiplano.
Así, solo la sal extraída de ese lugar puede usar
comercialmente la denominación “Sal de Cáhuil”. Pese a ese patrimonio, de
acuerdo a estudios hechos en la zona, el 89% de los lugareños dicen dice no
estar vinculado actividades turísticas relacionadas con la sal.
Además de la sal, el estero Nilahue tiene infinidad de aves
en sus humedales, lo que lo transforma en un interesante lugar para el
avistamiento.
Ese es el recurso que aprovecha la experiencia Birdwatching
Camp; también de “Turismo Pichilemu; que hace un recorrido por los humedales de
Cáhuil, Barrancas, Pichilemu y Lo Valdivia, donde se pueden observar 46
especies de aves entre ellas, cisnes coscoroba, cisnes de cuello negro, patos
jergones chicos y grandes, patos reales, taguas, gaviotas cáhuil, garzas cocas,
sietecolores, cuervos del pantano, garzas grandes y chicas.
Otro de esos atractivos es la granja Jabatos, donde se
crían, entre otros animales, jabalíes. “Acá la gente puede interactuar con los
animales, darles comida a las ovejas, los caballos, a las vacas y a las crías
de los jabalíes, tal como se vive en el campo”, cuenta su dueña, Electra
Meledandri.
Lo Valdivia (comuna de Paredones) también tiene su encanto. Además,
se sus salineras, ofrece un paisaje rodeado de naturaleza que ha permitido el
cultivo de la quinua y donde su gente trabaja para rescatar las raíces
gastronómicas y productivas locales.
Es así como muchas mujeres de la zona se han dedicado a la
elaboración de sales gourmet y artesanías creadas con productos reciclados.
Otro de los imperdibles del territorio, es degustar su
gastronomía preparada con productos de la zona: sal marina con diferentes
aliños, pejerreyes, quinua, aves de campo, entre otras, son las comidas que el
turista puede probar.
Destacan los
restaurantes “Rincón de Carlos” en Paredones y “Las Salinas de Barrancas” en
Pichilemu.
También se pueden visitar los molinos de agua de vertiente
de Pañul y Rodeillo que, con una ingeniería rudimentaria, pero muy eficiente,
han molido por más de 50 años los distintos granos como trigo, cebada o quinua
que se producen en la zona para hacer harinas artesanales.
Y para quienes aprecian la artesanía, pueden conocer las
distintas etapas del proceso de elaboración de piezas con arcilla de Pañul y
comprar elementos decorativos, platos, ollas o vasijas para el almacenamiento
de productos como el vino.
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