Pablo Lacoste,
académico e investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Usach,
sostiene que “Chile posee tesoros de interés mundial que aún permanecen
invisibles.
El lapislázuli, por
ejemplo, fue usado en la máscara funeraria del faraón Tutankamón en Egipto y
sin embargo aquí, donde se extrae en canteras como Tulahuén, en la Región de
Coquimbo, muy pocos saben de su origen”.
En la actualidad el
turismo juega un rol cada vez más relevante en la economía global. De acuerdo a
datos del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC) el turismo representa el
10% del PIB de la Unión Europea, contribuyendo a su economía con 1,5 billones
de euros anuales.
Por otra parte, en
países como Croacia el 25,8% del PIB es generado por este sector,
transformándose en un pilar clave para su economía.
En ese contexto,
países europeos y algunos vecinos al nuestro, han demostrado que la puesta en
valor de su patrimonio cultural puede transformarse en un gran motor de
desarrollo e ingreso económico, pues, la identidad, la gastronomía y los
productos típicos son hoy la base de una industria que atrae a millones de
visitantes cada año.
En Chile, en cambio, gran parte del legado histórico ha permanecido
invisibilizado, pese a contar con una cultura rica en tradiciones que se
configuró desde los primeros siglos coloniales. En ese periodo, los artesanos
no solo elaboraban objetos esenciales para la vida cotidiana como herramientas,
vestimenta o mobiliario, sino también alimentos y preparaciones que marcaron la
identidad de distintos territorios, como dulces o distintos tipos de panes,
entre otros.
Desde la Universidad
de Santiago de Chile, el Dr. Pablo Lacoste, académico e investigador del
Instituto de Estudios Avanzados, lidera un proyecto que busca rescatar ese
legado artesanal y su papel en la configuración del Chile colonial temprano
(1550-1650).
La investigación se
centra en los contratos y documentos en los que maestros de distintos oficios
comprometían la formación de aprendices, un mecanismo clave para transmitir
saberes en esa época.
“Queremos demostrar
que la historia de Chile no fue únicamente obra de las élites ni de los grandes
nombres de la política y la guerra, sino el resultado de una construcción
colectiva. Indígenas, afrodescendientes, mestizos, hombres y mujeres
transmitieron oficios de generación en generación y con su trabajo levantaron
las bases materiales y culturales del país.
En este camino de
investigación que ha sido de años, hemos encontrado antecedentes que muestran,
por ejemplo, que el pisco se producía en Chile un siglo antes que en Perú y que
la papa frita fue documentada por primera vez en el sur de nuestro país en el
siglo XVII.”, destaca Lacoste.
A partir de esta
mirada, el proyecto pretende reconstruir cómo funcionaban los talleres, qué
conocimientos se transmitían y de qué manera influyeron en la vida cotidiana.
Desde la construcción de viviendas hasta la gastronomía popular, el rastro de
estos oficios aparece en preparaciones como el pipeño, el pajarete o los dulces
tradicionales que, desde tiempos coloniales, acompañan la historia del país.
“Chile posee tesoros
de interés mundial que aún permanecen invisibles. El lapislázuli, por ejemplo,
fue usado en la máscara funeraria del faraón Tutankamón en Egipto y sin embargo
aquí, donde se extrae en canteras como Tulahuén, en la Región de Coquimbo, muy
pocos saben de su origen.
Deberíamos levantar
rutas patrimoniales que permitan conocer esta historia, visitar sus canteras y
proyectar su valor en artesanía y joyería. Los países desarrollados han
convertido sus productos típicos y denominaciones de origen en verdaderos
símbolos nacionales. Si Chile reconoce y activa los suyos, también podrá
transformar su patrimonio en motor de prosperidad”, afirma Lacoste.
La investigación
contempla la revisión de cerca de 400 contratos de trabajo artesanales dentro
de un corpus mayor de 6.000 documentos conservados en el Archivo Nacional,
focalizando el análisis en aquellos que explicitan la enseñanza entre oficiales
y aprendices.
Este primer corpus se
complementará con testamentos, inventarios y otros documentos notariales y
judiciales que permitirán reconstruir trayectorias personales y redes de
relación. De este modo, será posible identificar el rol de los oficios en la
vida cotidiana y el significado de los objetos elaborados en el contexto social
de la época.
“Tenemos delante un
legado enorme de la era preindustrial que resulta emocionante poner en valor.
Durante cuatro años vamos a sumergirnos en los archivos como buzos en busca de
tesoros, y estamos seguros de que encontraremos hallazgos extraordinarios que
entregaremos a Chile y al mundo.
Se trata de hacer justicia, de entender que este país se construyó de manera horizontal, con la participación activa de mujeres, indígenas, mestizos, afrodescendientes y gente humilde que trabajó con sus manos y desarrolló oficios de gran maestría. Recuperar esa memoria será un aporte profundo al desarrollo cultural, económico y a la futura prosperidad de Chile”, concluye Lacoste.
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