No es común ver a un millennial dedicado a la
artesanía textil, sentado durante largas horas frente a un kelgwo -telar
tradicional huilliche que se ancla horizontalmente al suelo-, tejiendo ponchos
y frazadas, luego de esquilar sus ovejas y lavar, escarmenar, hilar y teñir la
lana.
Eso es lo que hace con gran maestría en la Isla
Cailín, comuna de Quellón, Chiloé, Osvaldo Güineo Obando, de solo 26 años. Es
su pasión, su elección de vida, su emprendimiento, la conexión con sus
raíces.
Hijo de un buzo y una dueña de casa, con un hermano
mayor que es pescador artesanal, Osvaldo cursó la enseñanza básica en la
escuela rural de Cailín, luego siguió su enseñanza media en Quellón y después
estudió terapias naturales en Puerto Montt. Hoy es un joven como tantos, con
variados intereses -sociales, políticos y artísticos- y muy activo en las redes
sociales, pero también con una sensibilidad especial, amante de su tierra y de
su gente, observador y reflexivo.
De formación autodidacta -no por herencia familiar,
como es costumbre en la artesanía-, cuenta que su amor por la textilería surgió
por curiosidad cuando tenía 14 años: “En la escuela hicieron un taller de
rescate cultural donde nos enseñaron a tejer a palillos y luego llegué a casa a
conversar con mis papás.
Les pregunté si las frazadas de lana que teníamos se
hacían en la isla y me dijeron que ya no, porque las señoras que las
confeccionaban estaban muy ancianas. Ahí me nació la inquietud de tejer para
que no se perdiera el oficio”.
Fue así como, mirando a las mujeres de su entorno que
hacían chalecos y calcetines, comenzó a hilar y a tejer en forma experimental
en un telar que se fabricó con cuatro palos que encontró. Y todo a escondidas, por qué, quizás por temor
a que el trabajo quedara mal hecho y también por ser hombre, ya que es poco
común”, dice Osvaldo.
El proceso le resultó fácil: “Tengo buena motricidad
para las labores manuales”.
Después heredó un kelgwo de una artesana de la zona
con el que fue puliendo su técnica y aprendió a realizar teñidos naturales con
menta chilena, arrayán, maqui, michay, romaza, barro y barba de palo, siguiendo
los ciclos lunares para obtener colores más intensos u opacos. Sus tonos
preferidos son los negros, verdes y marrones.
A los 18 años, en una feria local, Osvaldo conoció a
la artesana Moraima Barrientos. Hicieron buenas migas y ella le enseñó los tips
del tejido tradicional chilote que se estaba perdiendo -fijación de colores,
cantidades de material- y que él hoy mantiene vivo. También aprendió con ella
la cestería en voqui. “Lo hizo porque mostré interés y tenía facilidad para
aprender, eso la motivó”, cuenta.
Actualmenteconfecciona ponchos, bajadas de cama y
frazadas, y siempre está innovando con los tintes.
“En Chiloé no se sale del blanco, el negro y los
grises. Quizás es por algo psicológico, porque llueve mucho y hace frío… Las
artesanas del norte, en cambio, hacen cosas más coloridas, tal vez porque allá,
todo es más cálido. A mí me gusta mantener el diseño y experimentar con los
colores”.
La calidad de su trabajo le valió en 2019 una mención
honrosa del Sello de Artesanía Indígena que entrega el Ministerio de las
Culturas, las Artes y el Patrimonio, con “Poncho Chilote”, versión insular de
la prenda de vestir clásica del mapuche, de 2,4 kilos y tejida con hilo teñido
con tronco de nalca y barro.
“Para mí es el objeto que representa al hombre de mi
tierra”, dice Osvaldo, quien es usuario del Programa de Artesanías del
Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y cuenta con el Sello Manos
Campesinas de esta institución.
Segúndice, nunca imaginó los caminos que iba a transitar por dedicarse a la artesanía textil: “Partí por inquietud, después me gustó y ahora es parte de mi vida. Para mí el tejido es algo gratificante. Ver un trabajo terminado después de días tejiendo arrodillado me genera una enorme satisfacción. Yo no me he proyectado mucho, pero si pudiera vivir de esto sería hermoso”.
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